László Krasznahorkai
Y Seiobo descendió a la Tierra
Traducción de Adan Kovacsics
Seiobo, una deidad japonesa que tiene en su jardín un melocotonero que florece cada trescientos años y cuyo fruto da la inmortalidad, decide volver a la Tierra en busca de un atisbo de perfección: la belleza, por fugaz que sea, revela lo sagrado, que a menudo apenas somos capaces de soportar. En su viaje, Seiobo explora el Japón que perpetúa algunos rituales desde hace siglos; contempla la pintura en la Rusia medieval o en la Italia del Renacimiento; escucha la música del Barroco y sobrevuela la Acrópolis de Grecia, la Alhambra de Granada o la Pedrera de Barcelona. Una obra melancólica y turbadora en la que Krasznahorkai indaga en el extraordinario consuelo de la belleza y nos ofrece su singular perspectiva de la inmanencia.
Colección: Narrativa del Acantilado, 252
Autor: László Krasznahorkai
Traductor: Adan Kovacsics
ISBN: 978-84-16011-45-2
Edición: 1ª
Encuadernación: Rústica cosida
Formato: 13 x 21 cm
Páginas: 464
Seiobo, una deidad japonesa que tiene en su jardín un melocotonero que florece cada trescientos años y cuyo fruto da la inmortalidad, decide volver a la Tierra en busca de un atisbo de perfección: la belleza, por fugaz que sea, revela lo sagrado, que a menudo apenas somos capaces de soportar. En su viaje, Seiobo explora el Japón que perpetúa algunos rituales desde hace siglos; contempla la pintura en la Rusia medieval o en la Italia del Renacimiento; escucha la música del Barroco y sobrevuela la Acrópolis de Grecia, la Alhambra de Granada o la Pedrera de Barcelona. Una obra melancólica y turbadora en la que Krasznahorkai indaga en el extraordinario consuelo de la belleza y nos ofrece su singular perspectiva de la inmanencia.
Comentarios de la prensa
«La prosa de Krasznahorkai adquiere la cadencia casi litúrgica de un libro de meditación y así es como oficia él, a menudo con una escritura sugerente y a veces extenuante, hasta un final que habla de la esencial continuidad de la muerte igual que ha hablado de la esencia de la belleza como reflejo ocasional de lo sagrado».
José María Guelbenzu, El País Babelia
«Krasznahorkai es hijo del arte de la prosa narrativa torrencial de Schnitzler y Karl Kraus, y hermano de Claudio Magris y su Danubio. El lector que supere sus retos y el discurso cultural, obtendrá una recompensa merecida».
Javier Nogueira, El Progreso
«Krasznahorkai enseña a leer de nuevo. En el sentido más literal: siguiendo el delicado mecanismo de sus frases perfectas, que se extienden a veces a lo largo de páginas enteras, los músculos del ojo aprenden otra vez a deslizarse por la hoja impresa. Pero también en un sentido más profundo: conectando las inquietantes imágenes que recurren a lo largo de su flujo narrativo, el cerebro experimenta una tormenta eléctrica; el alma, una sacudida brutal».
Valeria Luiselli, El País Semanal
«Descomunal proeza intelectual -con páginas muy brillantes sobre la Alhambra- de alguien llamado a conseguir el premio Nobel si acaso el premio Nobel recupera -milagrosamente- el juicio».
Alberto Olmos, El Confidencial
«Con un pie en la vida y el otro en Dios, con un pie en la tierra y otro en el infierno, Krasznahorkai nos ayuda a descubrir las aterradoras bellezas de este mundo. Y lo hace en un libro abundante, precioso y detallado que recomiendo encarecidamente».
Ignasi Mena, Llegir en cas d’incendi
«Krasznahorkai tiene algo que le hace único. Un estilo propio arrollador formado por una prosa sin puntos que convierten cada capítulo en unos pocos, cuando no en un único, párrafos. […] ‘Y Seiobo descendió a la Tierra’ es un compendio de historias escritas de forma incuestionable por la mano de uno de los escritores contemporáneos más fascinantes».
El lamento de Portnoy
«Krasznahorkai es uno de los grandes inventores de nuevas formas en la literatura contemporánea».
The New York Review of Books
«Una reveladora defensa de las grandes creaciones del arte y del espíritu en un mundo fascinado por la ciencia y la tecnología».
The Washington Post
«Un libro obsesivo y de apabullante belleza».
Miguel Arnas Coronado, Quimera