Ambientada en un hotel selecto de Cadenabbia, a orillas del lago Como, Madame Solario, cuya publicación estuvo rodeada de misterio durante más de veinte años, recrea el mundo de la belle époque antes de la Primera Guerra Mundial. Natalia Solario, una viuda joven, enigmática, de una belleza turbadora, y su hermano mayor Eugène, igual de distinguido pero más inquietante, irrumpen en una pequeña sociedad de veraneantes cosmopolitas y refinados. La aparición de los dos hermanos saca a la luz las convenciones de la flor y nata de Europa y América, así como la sutil frontera entre la moral y la amoralidad en un mundo a punto de desaparecer.
Gladys Theodora Parrish (1887-1959) era hija de una familia acomodada estadounidense. Al casarse adoptó el apellido de su marido, Constant Huntington, con quien vivió en Londres. Escribió Barton’s Folly, una pieza de teatro para el Arts Theatre Club, un par de relatos para The New Yorker, y una novela, Carfrae’s Comedy (1916). Poco después empezó a escribir Madame Solario, que sin embargo sólo se publicó anónimamente cuarenta años después, en 1956, y siguió rodeada de misterio hasta 1980, cuando se descubrió a su autora. Tres años después de publicar esta novela aclamada por la crítica y los lectores desde 1956, tras una serie de tragedias familiares, se suicidó.
Todo, en el caso de la novela Madame Solario, resulta extraordinario, inesperado o desacostumbrado: la autoría de la obra, la temática de la misma y su espectacular éxito de ventas. Un verdadero caso literario, anterior en pocos años al también clamoroso de El Gatopardo, obra con la que Madame Solario comparte algún punto en común, aunque sólo sea el canto del cisne de una clase social, de un tipo de vida y de una época de esplendor aristocrático.
En 1956, el editor inglés Heinemann publicó la novela de forma anónima. El aura de escándalo que pronto rodeó a la obra la convirtió en un gran éxito. Marguerite Yourcenar, lectora apasionada de la misma, siempre tendrá dos ejemplares de Madame Solario en la biblioteca de su mesilla de noche. El gran anglicista Mario Praz informó puntualmente al público italiano sobre una obra que transcurría en un escenario de prestigio de la propia Italia: el lago de Como, lugar de veraneo de la alta sociedad de la belle époque.
En una atmósfera a lo Henry James, con un extramado de pasiones maquiávelicas y de ingenuidad escarnecida digno de Las relaciones peligrosas y narrado con la pericia de un maestro del suspense psicológico, la novela narra de forma incomparable las pasiones secretas que subyacen tras la hipocresía de la alta sociedad cosmopolita de los años de 1900, en un microcosmos aparentemente libre de obligaciones, pero regido por el más estricto código de las convenciones y de las apariencias.
Dice Praz acerca de sus personajes y de su ambiente: «Si bien los motivos y los personajes de la novela no son nuevos, han sido ambientados con una habilidad que recuerda ciertas puestas en escena muy sabias del cine. Porque Madame Solario es una novela de ambiente, evoca el ambiente cosmopolita de principios del siglo XX, inmediatamente después de la guerra ruso-japonesa, y en una evocación retrospectiva es lícito adoptar los motivos y las situaciones que llevan la impronta del gusto y de las costumbres de aquel entonces. Todos los personajes son en un cierto sentido, más que universales, típicos: el autor no comete anacronismos en los detalles de la vida de entonces, así como tampoco los comete en la atmósfera psicológica. El suyo es un cuadro de la época liberty visto con ojos no distanciados e irónicos, sino más bien nostálgicos, como pueden serlo los de quien considera una sociedad en medio de la cual ha pasado su infancia o su adolescencia. Esta actitud, y la habilidad narrativa, hacen suponer un autor experto y ya entrado en años; si a ello se añade la precisa descripción de las toilettes de Madame Solario (era la época en la que las mujeres lucían lineas curvas y una cintura de avispa, iban tocadas con sombreros adornados con alas y flores, y aumentaban con el velo la seducción del rostro y de la mirada), habría que concluir que la novela fue escrita por una mujer, y por una mujer no joven. Así es, en efecto: el anónimo puede haber contribuido mucho al éxito de la novela, pero ahora ya no es un secreto que quien escribió el libro fue una señora americana nacida en el pasado siglo, casada con un inglés y domiciliada en Buckinghamshire, Mrs. Huntington, una colaboradora del New Yorker».
Gladys Huntington, una americana de Filadelfia, había nacido el 13 de diciembre de 1887, en el seno de una familia próspera y apegada a los valores de la secta protestante de los cuáqueros. Gladys se sentirá siempre una “sureña”, con todas sus implicaciones. Dividida entre su estatus social muy convencional y el impulso de escribir, había publicado en 1934 una novela hoy inencontrable, Carfrae’s Comedy, y luego, en los años 50, dos novelas cortas aparecidas en The New Yorker. La primera de estas short stories anticipa curiosamente el tema del amor más que filial de un joven por su madre, una madre tan imprevisible y fascinante como Madame Solario, y que parece inspirado por la hermana mayor de Glacys, Cora.
Madame Solario, escrita treinta años antes de su publicación, había dormido en los cajones junto con otro proyecto narrativo, éste inacabado, titulado Ladies’ Mile, y nunca retomado, sólo había sido leída por el marido de Gladys, casada a avanzada edad con el editor de Putnam, Constance—que hará un comentario sibilino sobre el libro: «¡Es único, es un Frankenstein!»—, y por la amiga y protegida de Gladys, Moura Burberg, una ruso letona, espía en la guerra fría, que había sido amante de Máximo Gorki.
Dada la materia escandalosa de la obra, la autora había aceptado la idea de su publicación anónima. El editor inglés, así como los posteriores en las muchas traducciones a otras lenguas, diseñaron su estrategia comercial sobre la invisibilidad de su autora, que, tras el enorme éxito de ventas sobre todo en el mundo anglosajón, quedó prisionera de su anonimato. Ningún editor quiso en lo sucesivo que se revelara el nombre de la autora, que pagaba muy cara su inicial timidez de autora, temerosa del fracaso y de la humillación pública.
Habría que esperar a los años 80 para que, gracias a unas indiscreciones, se revelase el verdadero nombre de la autora de Madame Solario y sus herederos aceptasen “atribuir” públicamente el libro a su verdadera autora. Considerado como un libro de culto (Penguin lo acogió en su fondo, aunque no sin una vitola de “amoralidad sutil”), ha tenido que pasar el largo purgatorio de los éxitos repentinos y desmesurados, víctimas de estrategias comerciales equívocas y nefastas para la valoración literaria objetiva de una obra.
Aunque tentada por la celebridad, Gladys Huntington no pudo disfrutar al final de su vida del éxito de su obra. Una serie de tragedias familiares se sucedieron para impedírselo: en un accidente de bicicleta se fractura la cadera y quedará coja para el resto de su vida; su hermana Cora, anoréxica, se suicida tras haber sido curada en Suiza; la nodriza de su nietos muere de un ataque cardíaco; arrastraba ya una depresión desde la segunda Guerra Mundial («nuestro mundo se hunde», había dejado escrito en su diario), hasta que, el 30 de abril de 1959, se quita la vida como su hermana. Por respeto a las convenciones, su fallecimiento es presentado como una muerte natural.
David Selznik, el legendario productor de Lo que el viento se llevó, compra los derechos cinematográficos, pero muere en 1965, y a pesar de que existe un guión escrito a partir del libro por el dramaturgo británico Arnold Wesker, en 1968, el proyecto se perderá entre los mil proyectos olvidados de Hollywood.
No ha sido traducido nunca al español hasta hoy, ni en España ni en Latinoamérica.