
En las próximas semanas Acantilado publicará Winesburg, Ohio de Sherwood Anderson, maestro de la entonces incipiente generación de escritores de la que formaban parte Faulkner, Hemingway, Dos Passos y Steinbeck entre otros, además del escritor que mayor influencia tuvo en el relato breve entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Reproducimos a continuación algunos fragmentos de entrevistas y artículos en que tanto escritores como críticos reflexionan sobre la figura de Sherwood Anderson y la obra que le dio fama. También adjuntamos en archivo PDF un interesante y esclarecedor artículo de Manuel Hidalgo en El Mundo.
John Updike
Winesburg, Ohio, de Sherwood Anderson, es uno de esos libros cuyo título es tan conocido que con facilidad se puede creer que se conoce también su interior: un bosquejo de la población, observada en sección transversal, de un pequeño pueblo del Midwest americano. Es un retrato equiparable al retrato de las clases medias noruegas a comienzos de siglo pintados por Edvard Munch. Lo importante no es, para Anderson como para Munch, las vestimentas y los muebles, ni siquiera los cuerpos, sino el grito que estos ocultan; la presión psíquica y la perversidad que yace bajo el mundo social. Pese a su aire de realismo puro, Winesburg, Ohio es un libro fantasmal, afiebrado, con un aura de sueño. Winesburg, Ohio describe la condición humana, pero sólo en tanto la frustración y el desasosiego—la persistente sensación de que la vida ocurre en otro sitio—forman parte intrínseca de ella.
William Faulkner
¿Puede usted decir cómo empezó su carrera de escritor??
Yo vivía en Nueva Orleáns, trabajando en lo que fuera necesario para ganar un poco de dinero de vez en cuando. Conocí a Sherwood Anderson. Por las tardes solíamos caminar por la ciudad y hablar con la gente. Por las noches volvíamos a reunirnos y nos tomábamos una o dos botellas mientras él hablaba y yo escuchaba. Antes del mediodía nunca lo veía. Él estaba encerrado, escribiendo. Al día siguiente volvíamos a hacer lo mismo. Yo decidí que si esa era la vida de un escritor, entonces eso era lo mío y me puse a escribir mi primer libro. En seguida descubrí que escribir era una ocupación divertida. Incluso me olvidé de que no había visto al señor Anderson durante tres semanas, hasta que él tocó a mi puerta -era la primera vez que venía a verme- y me preguntó: “¿Qué sucede? ¿Está usted enojado conmigo?”. Le dije que estaba escribiendo un libro. Él dijo: “Dios mío”, y se fue. Cuando terminé el libro, La paga de los soldados, me encontré con la señora Anderson en la calle. Me preguntó cómo iba el libro y le dije que ya lo había terminado. Ella me dijo: “Sherwood dice que está dispuesto a hacer un trato con usted. Si usted no le pide que lea los originales, él le dirá a su editor que acepte el libro”. Yo le dije “trato hecho”, y así fue como me hice escritor.
Usted debe sentirse en deuda con Sherwood Anderson, pero, ¿qué juicio le merece como escritor??
Él fue el padre de mi generación de escritores norteamericanos y de la tradición literaria norteamericana que nuestros sucesores llevarán adelante. Anderson nunca ha sido valorado como se merece. Dreiser es su hermano mayor y Mark Twain el padre de ambos.
Irving Howe
No tendría más de quince o dieciseis años cuando me encontré por primera vez con Winesburg, Ohio. Cautivado por estas historias y apuntes grotescos de pequeña aldea, sentí que Sherwood Anderson desplegaba ante mí nuevas profundidades de la experiencia, que tenía que ver con verdades medio olvidadas para las que nada, en mi juventud, me había preparado. Yo, un chico de Nueva York que jamás había visto crecer las cosechas ni había pasado tiempo en los muchos pueblos pequeños que salpican la geografía americana, me sentí sobrepasado por esas escenas de vida desaprovechada, de amor desaprovechado—¿era ésta la «verdad» América?—que Anderson dibujaba en Winesburg.
[…] Pero Winesburg, Ohio sigue siendo una obra vital, fresca y auténtica. La mayoría de sus relatos emplean un tono menor, la coloración de un patetismo contenido, patetismo que es la estampa de la naturaleza y los límites del talento de Anderson.
[…] La influencia de Anderson en los escritores americanos posteriores, especialmente en autores de relatos, ha sido enorme. Ernest Hemingway y William Faulkner lo elogiaron como un escritor que supo dotar a la narrativa breve americana de una nueva coloración del sentimiento, una nueva capacidad de introspección. […] No es difícil detectar trazos de su arte, ecos de su voz, en muchos escritores jóvenes que probablemente no estén conscientes de la influencia de Anderson.